A menudo las personas que luchamos por el planeta podemos caer en momentos de desesperanza y frustración ante la senda titánica que seguimos y el fracaso muchas veces inminente frente a un enemigo invencible. ¿Por qué no rendirnos?
Cada individuo tiene sus motivos muy íntimos que le mueven a hacer lo correcto. Mujeres y hombres dedican sus vidas para realizar un trabajo que beneficie a terceros, de otras especies y en cualquier lugar, en la mayoría de los casos a un alto coste personal.
A todas y todos nos pasa que ponemos todo nuestro esfuerzo, nuestro tiempo y nuestro dinero, sacrificamos oportunidades y nos alejamos de la gente que queremos con la firme intención de hacer un cambio, de dejar de ser observadores y convertirnos en parte de la solución. Pero cuando transcurre el tiempo, el dinero escasea, el burnout llega junto con la desilusión, el síndrome del impostor, y con ello la duda… ¿Vale la pena? ¿Sirve de algo mi esfuerzo? ¿Acaso soy realmente significativo para este movimiento?
Y es en este momento cuando la mayoría de personas se rinden, o al menos cuando muchos hemos perdido la fé, comienzan a llegar a nuestra mente frases célebres… “lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”, o “ni toda la oscuridad del mundo puede apagar la luz de una sola vela”… ideas que no alcanzan a aliviar nuestro pesar.
En lo personal he rechazado oportunidades laborales, me he cambiado de ciudad y una vez hasta vendí mi casa para financiar las acciones en las que creo. A menudo me llaman ingenuo, soñador o simplemente tonto. Pero te digo algo, que después de más de 15 años accionando por el planeta y sus habitantes no humanos, desde mi trinchera y con mis recursos, y de vivir fracaso tras fracaso y uno que otro éxito en esta guerra en contra del Antropoceno, no me arrepiento de nada y tú tampoco deberías.
Hoy puedo ver a los ojos a los animales, comprendo mejor al sistema en el que vivimos y puedo hacer de mis contactos con la naturaleza una experiencia casi mística, con menos culpa, en esos pequeños brotes cuasi prístinos que aún quedan.
Así pues, lo importante es hacer lo éticamente correcto, y hacerlo de manera inteligente. Es decir, hacer el mayor bien que puedas, eso sí, sin marchitarte, y sin que el futuro condicione tus acciones presentes. Tal y como en una ocasión lo contó el Capitán Paul Watson, cuando en 1971 le externó esta preocupación a Russell Means, el jefe del Movimiento Indio Americano (el AIM por sus siglas en inglés) mientras Watson era uno de los voluntarios en aquella lucha.
Era el gobierno de Nixon y el AIM no tenía oportunidad de prevalecer. Hubo revueltas, heridos y muertos. Watson preguntó a Means la razón para continuar, si las probabilidades de éxito estaban en contra de la causa y su gente, y la victoria sería prácticamente imposible. El líder del AIM le respondió que no debería preocuparnos que tan poderosa y aplastante sea la oposición. Tampoco debe preocuparnos si venceremos o fracasaremos. Y continuó:
Estamos aquí porque es lo correcto, en el momento correcto y lugar correcto. No te preocupes por el futuro. Enfócate en el presente.
Rusell Means. Jefe del Movimiento Indio Americano (AIM).
Así pues, no podemos controlar el futuro, pero si el presente, y si nos enfocamos podemos desatar nuestra pasión y nuestras virtudes para así influenciar como puede resultar el futuro.