Un singular e inteligente animal que existe desde antes que apareciera el ser humano y que es considerado como un fósil viviente, aún camina en las noches por nuestra ciudad. Odiado por muchos, ha sido venerado y apreciado por pueblos antiguos, siendo un símbolo olvidado de las tradiciones y el folclor del continente americano.
El primo de los canguros
El tlacuache (nombre mexicano que proviene del náhuatl), es conocido también como zarigüeya u Opossum. Pertenece a la subclase de los marsupiales, a la que pertenecen koalas y canguros, cuyos antecesores aparecieron antes que los continentes se separaran. Lo que les diferencia del resto de los mamíferos es que no tienen placenta, por lo que “incuban” a sus crías (que nacen con apenas 2 cm y pesan 20 gramos) en una bolsa especial llamada “marsupio”, donde terminan su desarrollo embrionario. El marsupio esconde en su interior los pezones de la madre, donde las crías recién nacidas estarán firmemente adheridas durante 2 meses, para posteriormente “asomarse” y poco a poco independizarse.
Contrario a lo que mucha gente piensa, debido a que parecen “enormes ratas”, los tlacuaches no están emparentados con ellas y lo único que tienen en común es su hocico alargado y su cola desnuda. Esto los ha hecho objeto de repulsión generalizada, lo que, aunado a que la gente los mata para utilizarlos en remedios tradicionales, los ha convertido en una especie que es cada día más difícil de observar.
Un fósil viviente
El tlacuache es uno de los pocos animales que se conservan sin variaciones desde que aparecieron en nuestro planeta hace unos 80 millones de años (¡más antiguos que muchos dinosaurios!), por lo que se le considera un fósil viviente. En México se distribuyen 8 especies de marsupiales, dentro del orden Didelphimorphia, en 7 géneros (Marmosa, Tlacuatzin, Caluromys, Chironectes, Didelphis, Metachirus y Philander) (Medina-Romero et al., 2012).
Hasta ahora, el tlacuache ha sobrevivido a la invasión humana y es considerado como el animal que mejor se adapta a la vida cerca del hombre después de la rata y el ratón, pues se alimenta prácticamente de cualquier cosa y hace su madriguera en las ramas huecas de los árboles y cualquier cavidad cerca o dentro de las casas, que rellena con hojas secas para obtener mayor comodidad y calor. Posee una cola prensil, que puede utilizar como una “mano extra” para mantener el equilibrio e incluso colgarse de ella.
Herederos de tradiciones, mitos y leyendas
Los tlacuaches son de los pocos animales que conservan sus nombres nativos, otorgados por los indígenas americanos. El nombre mexicano “tlacuache” se deriva del náhuatl tlacuatzin, que significa “el pequeño que come fuego”. Según cuenta la leyenda, fue nombrado así por haberle robado a los dioses el fuego y compartírselo a los hombres, razón por la cual su cola no tiene pelo. En Norteamérica, los indígenas de Virginia lo llamaron Opossum que significa “bestia blanca” y en Sudamérica fue nombrado Zarigweya por los indios guaraníes, que significa “vientre abierto”.
Estos tres nombres han sido respetados desde entonces y representan siglos de tradición, cuentos populares y creencias que poco a poco se han olvidado para perjuicio de los mismos animalillos, quienes son vistos con desprecio, como una plaga que debe ser erradicada, a pesar de que en los antiguos pueblos mesoamericanos era un animal tan importante como el mismísimo jaguar.
¡Sólo quiero sobrevivir!
Los tlacuaches son sumamente astutos pero tienen muy mala vista, por lo que su primera reacción cuando son sorprendidos por humanos o por perros es quedarse inmóviles. Cuando se sienten acorralados simulan estar muertos, provocando desinterés de sus enemigos, aunque se sabe que pueden luchar encarnizadamente para defender a sus crías, que en ocasiones están escondidas en su bolsa.
Luego de ser separados de su madre, las pequeñas zarigüeyas sufren una especie de “trauma” que les hace buscar un lugar oscuro y tibio para esconderse, por lo que luego se les puede encontrar viviendo en algún sitio acogedor dentro de una casa. Aunque no sean agresivos, son tratados cual animal rabioso, cuando bien podrían ser simplemente sacados de casa como lo haríamos con un ave o una ardilla.
Siendo un animal que no se mete con nadie, se debería considerar como un ejemplo a seguir y, sumado a que es un verdadero fósil viviente, debería ser respetado, admirado y protegido por su gran valor cultural y ecológico. La próxima vez que veas uno caminando por la calle o tu jardín, piensa que tal vez es Yaushu, el tlacuache que le regaló el fuego a los hombres y que, gracias a él, podemos cocinar nuestra comida y calentarnos.