En el siglo XVII, Thomas Hobbes popularizó la locución latina homo homini lupus -el hombre es un lobo para el hombre- para enfatizar el egoísmo humano. “Me parece una visión injusta, el lobo es social”, protesta el primatólogo holandés Frans de Waal contra la frase del filósofo inglés. En los años 70, De Waal hizo su doctorado sobre la formación del carácter agresivo en los macacos y desde entonces investiga la esencia biológica de la moral, revelando que muchos humanos deberían aprender de los simios.
La preocupación animal por la comunidad impulsa sus miembros a resolver los problemas que habitualmente surgen entre ellos. Por eso, “no es extraño que los chimpancés también tengan policías”, como explica Claudia Rudolf von Rohr, de la Universidad de Zúrich (Alemania).
En un artículo publicado recientemente en PLoS ONE, que recoge el Servicio de Información y Noticias Científicas SINC, Rudolf von Rohr y su equipo de antropólogos detallaban la reacción de cuatro grupos de chimpancés en cautividad ante la introducción de nuevos individuos. Los cambios estructurales, que también se pueden dar en su hábitat natural, hicieron tambalear la estabilidad del grupo. Pero, como pasa con los humanos, los chimpancés respetaron la autoridad de los individuos mejor posicionados para arbitrar las situaciones peliagudas.
“Entre primates, la gestión de conflictos es crucial para la cohesión social”, asegura Rudolf von Rohr a SINC, con la certeza de que sus resultados en chimpancés responden a una forma temprana en la evolución de la conducta moral.
La presencia de mediadores en el grupo sirve para mantener “un orden del que todos se benefician”, comenta a SINC Frans de Waal para referirse a las relaciones cooperativas entre chimpancés. En compañía de la española Teresa Romero, que hoy trabaja en la Universidad de Tokio (Japón), ha analizado la importancia del consuelo, ya que “se trata de una parte importante e integrada en las relaciones mutuas y estrechas”, dice el holandés.
Los animales también se consuelan
Cuando un chimpancé pierde una pelea, es común que “los otros se acerquen para abrazarlo, besarlo y acicalarlo para reducir su estrés”, explicaba Romero en un artículo, publicado el año 2010 en PNAS, que establecía la consolación como posible expresión de preocupación por el compañero, como recoge el Servicio de Información y Noticias Científicas (SINC). Sus experimentos asimilaron el consuelo animal al humano más allá de su forma y función. Se vio cómo las relaciones estrechas entre individuos aumentan la efusividad del consuelo. Cuando la víctima no se reconcilia con el agresor, pasa lo mismo.
¿Altruismo o egoísmo?
Antes de esta investigación, muchos expertos sugirieron que la motivación para tranquilizar al resto de la comunidad era egoísta para evitar que el conflicto escalara y les salpicara. “Menos del 5% de las peleas suele redirigir la agresión a terceros”, demostró Romero en su estudio, que ajusta el consuelo en chimpancés a la definición de comportamiento altruista en animales.
El comportamiento de la consolación tiene que ver con la empatía y la preocupación por la comunidad, que se da sobre todo con aquellos que son cercanos y parecidos a uno mismo. Es la base de toda moral, ya que las relaciones sociales complejas se regulan por la habilidad de entender y compartir los sentimientos de los demás.
Los estudios de Teresa Romero demostraron que “las hembras ofrecen consuelo mucho más a menudo”. Pero de Waal aclara a SINC que “el sesgo en la empatía femenina no significa que las hembras sean más morales, solo prestan más atención y son más sensibles con el resto”.
La empatía de un bostezo
Nada más cotidiano que un bostezo sirvió al equipo de Frans de Waal para medir la empatía en chimpancés. En este artículo, publicado en PLoS ONE hace tan solo un año, concluía que los primates que veían bostezar a sus familiares abrían la boca más que el resto. “Pruébenlo con su perro”, dice De Waal.
Lo mismo en ratas. Dale J. Langford, de la Universidad McGill (Canadá), se doctoró viendo sufrir a los ratones. Sus experimentos cuantificaron el dolor de los roedores en función de si habían visto padecer a sus familiares y compañeros. Los resultados demostraron que ser espectador de la aflicción de los demás aumentaba su sensibilidad al dolor, algo que se interpretó como una manifestación clara de la empatía.
Ambos casos demuestran la empatía a nivel emocional, que anida en las profundidades del cerebro, donde la amígdala procesa este tipo de reacciones. Pero para llegar al siguiente estadio, la empatía cognitiva, es necesaria otra estructura cerebral: el lóbulo frontal.
Humanos, primates, elefantes y otros vertebrados comparten este reciente e imperfecto lóbulo frontal, que les hace conscientes de su existencia. A nivel experimental, la autoconsciencia en los mismos animales se verifica por algo tan sencillo como reconocerse en el espejo.
Madre no hay más que una
Hace décadas que los ensayos de Frans de Waal ponen a prueba la empatía animal para demostrar que las comunidades no solo están reguladas por la competición. El animal fetiche de estas investigaciones es el bonobo, un gran primate que manifiesta su comportamiento reconciliador mediante el sexo sin distinción. Solo hay una combinación sexual que no se da nunca: madre e hijo.
Según De Waal, el amor maternal es el origen de la empatía. Durante el contacto con la cría, la madre segrega por doquier la llave bioquímica del apego: la celebrada oxitocina.
Ya sea en la objetividad de una investigación o en la ficción de una fábula, todas las historias protagonizadas por animales tienen su moraleja. Después de una carrera dedicada a buscar el origen de la empatía, el primatólogo holandés se ha dado cuenta de que la tendencia prosocial aumenta los beneficios de vivir en comunidad.
En su último libro, ¿Somos altruistas por naturaleza? (Tusquets Editores), se pregunta si la ayuda al prójimo forma parte de la esencia animal. Lo que tiene claro es que, sea un comportamiento adquirido o una tendencia innata, el apoyo mutuo sale a cuenta.
Fuente: www.ecodiario.eleconomista.es