La vida que tú puedes salvar, o cómo hacer el mayor bien.

Miguel Cano Azcárraga Altruismo

En el 2009, el gran filósofo australiano Peter Singer publicó su libro llamado “The Life You Can Save: Acting Now to End World Poverty” en donde argumenta que las y los ciudadanos de las naciones ricas se comportan de una forma inmoral al no actuar para poner fin a la pobreza que saben existe en el tercer mundo. En este artículo te hablaré brevemente de su obra para invitarte a conocer más en el libro. Por cierto, si te interesa obtener una copia, el formato electrónico es gratuito y lo puedes descargar aquí.

Cuando el filósofo Peter Singer enseña su curso introductorio de ética, siempre comienza de la misma manera, contándole una historia a sus estudiantes: Imagina que vas caminando al trabajo y te topas con un niño pequeño que se está ahogando en un lago poco profundo. Tú fácilmente podrías salvar al pequeño, pero hacerlo arruinaría tus zapatos nuevos. Así que… ¿decides mojarte?

Por supuesto, cada estudiante responde rápidamente que sí. Después de todo, una vida vale más que incluso los zapatos más queridos. Pero entonces Singer vá más allá con otra pregunta: En el 2017, 5.4 millones de niñas y niños de menos de 5 años de edad murieron de enfermedades prevenibles al rededor del mundo. ¿Cuántas/os estudiantes han comprado zapatos nuevos con dinero que podrían haber donado a una caridad efectiva?

Esta segunda pregunta es mucho más incómoda. Resalta una verdad incómoda que demuestra que nuestras acciones no siempre van alineadas con nuestra moral.

En todo el mundo los humanos sufren y mueren por no tener suficiente para solventar sus necesidades más básicas. De acuerdo con el Banco Mundial, en el 2018 más de 736 millones de personas se encontraban en pobreza extrema, lo que significa que viven su día a día con el importe local equivalente a $1.90 dólares al día. Esta pobreza es la causa principal de muertes prematuras. En un país como Sierra Leona, en donde existen altas tasas de pobreza, uno de cada 13 niños mueren antes de su quinto cumpleaños. En un país rico como Australia en contraste solo muere uno de cada 263.

Este tipo de estadísticas parecen sobrecogedoras pero en la realidad, la humanidad ha hecho grandes avances para cambiar esta condición. Desde 1993, la tasa de pobreza extrema alrededor del mundo se ha reducido casi a la mitad. La disminución más dramática se presentó en Asia Oriental donde la tasa de pobreza bajó del 60% en 1990 a solo el 2.3% para el 2015.

A las naciones más ricas también les ha ido bien. Para el 2018, casi la mitad de su población se considera de la clase media o media alta, significando que tienen dinero excedente para el consumo de bienes, vacaciones u otros gastos inesperados. Y por supuesto, las personas más ricas son a quienes les ha ido mejor. De acuerdo con Forbes, actualmente hay unos 2,000 billonarios/as alrededor del globo, el doble que hace diez años.

Entonces, con tanta riqueza disponible en el mundo, ¿por qué permitimos que mueran millones por el hecho de no poder pagarse una nutrición básica o los servicios de salud más esenciales? Si sabemos que podemos reducir la pobreza, ¿por qué no la hemos reducido a cero?

Sí, es éticamente incorrecto que gastes en tí ese dinero extra.

Date cuenta de la realidad. Cada año, miles y miles de niñas y niños mueren en todo el mundo a causa de la malaria. Pero esto no tendría que ser así. Con una pequeña donación de $200 dólares a la Against Malaria Foundation se comprarían suficientes mosquiteros para proteger a 180 niños. Así que, supongamos que haces esta donación.

¡Bien hecho! Ya estás ayudando a mantener protegidas de la malaria a cientos de personas, una enfermedad seria y mortal. Pero mientras celebras este hito de altruismo, te surge la duda de si te vas a detener aquí, o si hay más que puedas hacer.

Ropa nueva, alimentos elegantes, salidas nocturnas, todos esos gastos no son esenciales. Si tú quisieras, fácilmente podrías donar más. Entonces, ¿está mal no hacerlo?

Cuando hacemos analogías pensando en salvar a niños que se ahogan la respuesta es muy simple. Nuestra intuición nos dice que prevenir la muerte es más importante que el calzado elegante. Entonces, el imperativo moral es zambullirse en el lago aún si se arruinan los zapatos. Sin embargo, al llevar estos argumentos a la vida real, surgen implicaciones que son más difíciles de manejar.

La lógica se basa en tres premisas básicas. Primero, es muy malo que haya personas muriendo por falta de alimento, vivienda o servicios básicos de salud. Segundo, si tú puedes prevenir este sufrimiento sin tener que sacrificar algo de igual valor para tí, es incorrecto no hacerlo. Y tercero, de hecho tú puedes prevenir este sufrimiento sin sacrificar nada importante si simplemente haces donaciones a las caridades que son efectivas. Si aceptas estas tres premisas, la conclusión es clara: Si no donas a las caridades efectivas, estás haciendo algo mal.

Por supuesto que al ponerlo en esta perspectiva, muchas de nuestras actividades diarias, como tomarnos vacaciones o comprar la última tecnología, viene siendo éticamente dudoso. Y muchas personas seguramente estarán pensando que si se ganan el dinero honradamente entonces está más que permitido gastarlo en lo que sea que se quiera. Pero este no es el punto. El argumento no trata acerca de lo que tenemos que hacer con nuestro dinero. Trata acerca de lo que deberíamos hacer con este. Se trata de nuestras decisiones.

Finalmente no es ninguna idea nueva ni radical. Algunas de las religiones más apreciadas y longevas, desde el Cristianismo al Judaísmo, del Islam al Confucianismo, todas enseñan que tenemos una obligación moral de darle al pobre. Aún así, estas enseñanzas son a menudo ignoradas o descartadas. ¿Por qué pasa esto?

Nuestras decisiones de caridad no siempre se basan en argumentos sólidos

Piensa en esto. En 1987, una niña pequeña llamada Jessica McClure cayó en una excavación de un pozo en Midland, Texas, EEUU. Durante dos días hubo una amplia cobertura mediática mientras sus rescatadores luchaban para traerla de vuelta. Y la conmovida audiencia donó millones para brindarle cuidados a la niña.

Mientras tanto, durante esos mismos dos días, algo más estaba pasando. Alrededor del mundo, cerca de 70,000 niñas y niños murieron de enfermedades prevenibles causadas por la pobreza. Desafortunadamente, no hay donaciones millonarias para salvar a estos niños. Y sus muertes no llegan a las noticias de la tarde.

Así pues, el instinto altruista de las personas no siempre se guía por la razón. De hecho, tenemos infinidad de sesgos psicológicos que nos evitan actuar de una manera éticamente consistente.

Muchas personas aseguran que salvar vidas es una prioridad máxima. Pero nuestras acciones no siempre van alineadas con esta creencia. Esto se debe en parte a la manera en que tomamos la decisión de cuando y como ayudar. A menudo, nuestras decisiones acerca de donar a las caridades que salvan vidas se ve influenciada por factores distintos a la cantidad de personas que podemos ayudar.

Por ejemplo, muchas personas son más propensas a dar dinero para salvar una vida en específico en lugar de multiples vidas anónimas. En una investigación se le pidió a dos grupos que donaran para salvar niñas y niños. Al primer grupo se le dieron datos generales de cómo podrían ayudar con su dinero. Al segundo se le dijo que su dinero ayudaría a una niña de Malawi de 7 años de edad, llamada Rokia. El segundo grupo, sintiéndose apegados emocionalmente e identificándose con la niña, fueron quienes donaron significativamente más.

El sentimiento de culpa también juega un rol en nuestras deciciones de dar o de no dar. En un estudio, investigadores le dijeron a los participantes que su ayuda podría salvar a 1,500 personas en un campamento de refugiados. A un grupo se le dijo que el campamento tenía una población de 3,000. y al otro grupo se le dijo que tenía 10,000. En este experimento, el primer grupo donó más. Sintieron que sus acciones salvarían a la mitad del campamento, mientras que el segundo grupo sintió que su donativo no tendría un gran impacto. Por supuesto, en ambos grupos se iban a salvar el mismo número de personas, pero eso no importó.

Estas son muestras de como nuestras decisiones de dar a la caridad se rigen más por el pensamiento emocional y afectivo que por el pensamiento lógico. Este sesgo se debe parcialmente a razones evolutivas que nos han hecho más sensibles al sufcimiento cuando es a menor escala y directamente frente anuestros ojos. Sin embargo, este hecho no nos exhime del imperativo moral de dar, solamente es una barrera que debemos superar.

Se pueden incrementar la caridad con una cultura de dar.

Imagina lo siguiente. Sintonizas la radio en tu estación local favorita, y en lugar de escuchar música, escuchas al anfitrión solicitando donativos para el evento anual de fondeo de la estación. Al principio, lo ignoras. Pero el anfitrión comienza a dar actualizaciones. Alguien ha donado 20 dólares, otra persona acaba de dar 30. Poco a poco, comienzas a pensar en dar unos cuantos dólares tú también.

¿Por qué ese repentino cambio de opinión? Cuando nos enteramos acerca de la generosidad de otras personas puede que nos animen a actuar de la misma manera. Esto se debe a que los humanos tendemos alinearnos con lo que los psicólogos llaman nuestro “grupo de referencia” o bien, las personas de la comunidad que nos rodea.

Entonces, si lo que queremos es individuos que den más dinero a las buenas causas, una buena estrategia bien podría ser convertir al altruismo en un esfuerzo comunitario. En nuestra cultura actual persisten valores como el egoísmo y el interés en uno mismo, pero esto no tiene por que permanecer así. Si actuamos como si una rutina de dar es parte de la vida, puede que se vuelva costumbre.