Mi nombre es Tom Regan. Tengo 67 años. Nací y vivo en EE.UU. Estoy jubilado. Era profesor de Filosofía. Ahora escribo libros y doy conferencias. Estoy casado y tengo dos hijos. No se trata de solucionar los derechos de los humanos o de los animales, sino de ambos, y para ello hay que informarse y tomar conciencia.
Merece la pena dejar de actuar por inercia y cuestionarse las costumbres de nuestra sociedad y actuar de acuerdo con nuestra propia ética respecto a los animales.
La mayoría de nosotros no experimentó la conversión al movimiento de los derechos de los animales con rayos y truenos, como Pablo en el camino a Damasco. Sino que ha sido un proceso gradual, paso a paso, y este camino no es fácil, ni rápido, sino gradual.
Carnicero y amante de las chuletas de cerdo, ¿qué le pasó?
Topé con un documental que mostraba cómo distintas culturas tratan a los mismos animales. En el documental acudías, de forma virtual, a cenar a un pequeño restaurante chino.
¿Cuál era el menú?
Se podía escoger entre gatos y perros vivos como aquí hacemos con las langostas. El cliente escogió una gatita blanca y el cocinero la sacó de la jaula, la golpeó con una barra de hierro y la sumergió en una olla de agua hirviendo durante diez segundos. Aún viva la despellejó y la dejó sobre una cuba de piedra.
La gata, con los ojos vidriosos, tragó con dificultad y comenzaron los *estertores.
Nunca me he sentido tan desconcertado. Ya sabía que en China, Corea y otros países se comen perros y gatos, pero asistir al increíble sufrimiento del animal fue devastador.
¿Se hizo vegetariano?
No. Tenía interiorizado el paradigma cultural dominante en el que vacas, cerdos y corderos son cosas para comer como los pepinos.
Cuando empecé a enseñar filosofía se combatía en Vietnam e intenté, como filósofo, contribuir en contra de la guerra.
¿Cómo ocuparse de los animales si los humanos no tienen derechos?
Eso pensaba yo. Me sumergí en intensa literatura filosófica sobre los derechos humanos y tropecé con la biografía de Gandhi…
¡Qué lección de consecuencia!
Una palabra en desuso
Desde esas páginas Gandhi me preguntaba: “¿Me puede explicar qué hacen esos cuerpos muertos en su congelador, víctimas de otra guerra no declarada?”.
Gandhi tiene razón: comer animales, comer su carne como hacía yo, contribuye a su masacre, su muerte violenta y terrible.
De eso nos alimentamos masivamente
Hoy ya sabemos que no es necesario comer animales para gozar de buena salud. Todo el mundo debería visitar un matadero al menos una vez en la vida.
Usted, ¿qué hizo?
Lo que cualquier persona sana y racional: traté de evitar pasar cuentas con aquello que me atormentaba. Me entregué en cuerpo y alma a cuestiones mucho más grandes e impersonales como la justicia en el capitalismo.
Ya. Ahora sí
Justo en aquel periodo murió mi perro, Gleco, mi fiel compañero durante 13 años.
Sentí mucho dolor y reflexioné: ¿eran las vacas tan diferentes de Gleco?, ¿y los cerdos?
Fue la típica mezcla de sentimiento y razón. Empecé a cuestionarme por qué los animales no tenían derecho a tener derechos.
No sabemos qué ocurre con las zanahorias, pero sí sabemos que los mamíferos comparten con nosotros los cinco sentidos y poseen los mismos órganos. Cuando algo dañino afecta a nuestro cuerpo, la información transmitida viaja hacia el mismo destino, al cerebro, y el sistema nervioso es esencialmente el mismo.
Eso ya lo dijo Darwin y no hay estudio que lo desmienta, sino todo lo contrario
Así es, Darwin dijo: “Los otros mamíferos no sólo experimentan placer y dolor, sino también ansiedad, aflicción, desesperación, gozo, amor, ternura, ira, insociabilidad, determinación, odio, rabia, disgusto, sentido de culpabilidad, orgullo, turbación, paciencia, sorpresa, miedo, horror, vergüenza…”.
¿Son conscientes de lo que les ocurre?
Sí. Luchar sólo por los derechos humanos es excluyente, ¿sólo el Homo sapiens tienen derecho a vivir dignamente? “Criamos a los animales para que nos entreguen a sus hijos para llenar nuestro estómago, que hemos convertido en una tumba para todos los animales”, decía Leonardo Da Vinci.
¿Dónde trazar la línea?
Recientes investigaciones demuestran que los peces sienten dolor, viven en grupos estables, se reconocen mutuamente, pueden acordarse de cómo se portaron con ellos sus congéneres y modifican su comportamiento en consecuencia.
Ocupémonos de los mamíferos
Le contaré la vida de los terneros en Estados Unidos, que es mejor que la de los cerdos o vacas porque viven menos, entre cuatro y cinco meses inmovilizados en cajones de madera.
Sus músculos se atrofian, así la carne conserva el grado de ternura deseado. Sufren tanto física como psicológicamente.
Hay estudios que demuestran que los cerdos están al mismo nivel cognitivo que los chimpancés
Así es, pero son tratados como piedras.
Los suelos de cemento o metal les lesionan los pies y las patas. Las abrasiones cutáneas son la norma, así como las úlceras y los tumores.
A causa del polvo y del amoniaco que impregnan el aire de las granjas el 70% padecen pulmonía en el momento de la matanza.
¿Cómo acaban con su vida?
La teoría es: primero los aturden, luego los degüellan y pasan al tanque de agua hirviendo.
En la práctica, está filmado, muchos acaban todavía conscientes en el tanque de ebullición. Roberto Macías, ex presidente del consejo nacional de inspectores, dijo: “No logro imaginar a un inspector que pare la cadena por violaciones humanitarias”.
No sé cómo afrontarlo…
Gandhi dijo que la grandeza de una nación y su progreso moral se pueden juzgar por el modo en que trata a sus animales. Pero existen posturas individuales, la coherencia de dejar de comer animales y de educar a nuestros hijos en el respeto o, por lo menos, darles la opción de elegir mostrándoles de dónde sale la hamburguesa.
Tom Regan es autor del libro “Jaulas Vacías. El Desafío de los Derechos de los Animales”, publicado por Fundación Altarriba, Barcelona, (2006).
*Estertores. En medicina, “todo ruido contra natura” durante la respiración.
Fuente: en buenas manos.