Para médica y especialista en criminalística, esta conducta deriva en violencia interpersonal.
Una rata cambió la vida de Núria Querol. La había visto moverse en un laboratorio de la Universidad Autónoma de Barcelona, donde estudiaba licenciatura en Biología, y en el que se hacían experimentos con roedores para determinar los efectos del hambre en el organismo de estos animales y en su metabolismo.Inicialmente era una rata cualquiera en ese universo de la investigación que intenta considerar a otras especies como modelos para resolver los problemas humanos. Todo era aparentemente normal hasta que ella decidió ponerle un nombre: Enriqueta. A partir de ese bautizo no oficial, su visión sobre cómo se debía tratar a cualquier ser vivo cambió. “El nombre le dio identidad a mi rata, comencé a verla como ‘alguien’ y no como ‘algo’. Ya no era un objeto para dominar, sino un ser con el que podía convivir”.
Nunca pudo evitar que fuera ejecutada; dice que le faltó tiempo para convencer a su profesor de que no guillotinara a Enriqueta, quien al fin y al cabo estuvo condenada a muerte desde siempre. Pero ella fue el punto de partida de su actual lucha.
Desde la muerte de esa mascota adoptiva, Querol, médica y especialista en criminalística, se ha convertido con el paso del tiempo en una de las luchadoras más importantes del mundo por la dignidad de las especies, trabajo que la llevó a fundar el Observatorio de Violencia hacia los Animales en España. Desde allí, ha defendido una teoría: existe una relación entre la crueldad infantil de un sujeto hacia perros, gatos, aves e incluso insectos y, la potencial violencia interpersonal en su adultez.
La sociedad ha tratado durante siglos a seres sintientes como toros o gallos -con capacidad de experimentar dolor- como si fueran objetos creados para nuestro uso. Los ha desnaturalizado en una especie de estrategia por ahorrarse el sentimiento de culpa y evitar que alguien se cuestione la moralidad de su relación con los humanos. Basada en esto, Querol explica que la tendencia de muchos pequeños a maltratar animales es un factor de riesgo para que se transformen en ciudadanos agresivos e, incluso, abusadores sexuales.
Por supuesto, no es una regla de causa-efecto. Quien tolera el maltrato animal no necesariamente será un criminal. Pero casi todos los criminales, dice, han sido maltratadores de animales. Lo confirma un estudio que efectuaron el FBI y la Universidad de Pensilvania en cárceles de Estados Unidos, según el cual el 46 por ciento de los asesinos en serie reconoció haber maltratado animales en su adolescencia. “La crueldad que se le aplique a un animal es como un factor de riesgo, algo así como fumar: no todos los que tienen el vicio se enferman, pero otros sí. Maltratar entonces se vuelve como ser adicto al cigarrillo: así como a algunos les da cáncer, quienes son crueles con esos seres que llamamos inferiores se transforman, a veces, en homicidas”. Lo ha dicho desde el siglo XIII santo Tomas de Aquino: “Siendo malvados hacia los animales, uno se acaba volviendo cruel hacia los seres humanos”. Por eso, esta científica y criminalista repite una frase de Robert Ressler, exagente de Policía de Estados Unidos, para quien un asesino en serie es “un niño que no aprendió que sacarle los ojos a un cachorro estaba mal”.
Pero ella va más lejos y explica que ese infante maltratador de animales no nace. Es una reacción a estímulos sociales y familiares, cuyo comportamiento se vuelve una señal de alerta. “Hemos comparado criminales violentos con otros no violentos, y los primeros habían cometido muchos actos de crueldad con los animales. Pero esos actos eran el resultado de violencia intrafamiliar. Es decir, usaban las mascotas como reacción a la violencia que recibían de sus padres. Incluso, es común ver cómo los menores que le pegan a un perro también ejercen matoneo o bullying en sus colegios”.
Entonces, ¿qué es un torero? Lejos de estar influenciados por violencia o de ser delincuentes potenciales, ella define a los matadores de toros como víctimas de una cultura machista, de presiones sociales y de una masculinidad mal entendida que se sustenta en el hecho de que el fuerte siempre ‘debe doblegar’.
“En ellos se perpetúa el estereotipo del dominio sobre el débil, unos valores que no pueden tener cabida. Es un amor mal entendido, basado en una tendencia a la impulsividad y a la búsqueda de sensaciones”.
Al margen de la discusión sobre la tauromaquia, un tema cuya viabilidad se seguirá analizando este año en el Congreso, según lo informó el senador liberal Camilo Sánchez el pasado jueves, durante el IV Foro contra el Maltrato Animal -el congresista hará otro intento por impulsar un referendo para consultarle a la ciudadanía si está de acuerdo con espectáculos como las corridas y las peleas de gallos o de perros-, Querol dice que, más que esos festejos, que tienen sustento cultural, lo preocupante es la indiferencia de muchos. “No pienses que no puedes hacer nada. Si alguien ve un animal que está sufriendo, debe pensar que eso es como observar a un hombre sufriendo. Tenemos la obligación moral de activar nuestra solidaridad. El hecho de no intervenir te ubica en un bando en el que la indiferencia favorece al opresor, no a la víctima”.
Animales tienen carta de derechos
Catorce artículos componen la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, que sin ser vinculante u obligatoria busca que los países la reglamenten y la apliquen para protegerlos. Considera que todos los animales nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a la existencia. Tienen derecho al respeto, a los cuidados y a la protección del hombre. Y si es necesaria su muerte, esta debe ser instantánea, indolora y no generadora de angustia. Todo animal debe vivir libre, y toda privación de su libertad, incluso aquella que tenga fines educativos, es contraria a sus derechos. El abandono de un animal es un acto cruel y degradante. Y si deben usarse para el trabajo, este tiene que ser limitado y razonable. Ningún animal debe ser explotado para esparcimiento del hombre.
Fuente: Javier Silva Herrera/ El tiempo.com